El ARN, molécula anterior a la era del ADN y capaz de replicarse a sí misma, se encuentra compuesto por ribonucleótidos. En la química, se trabaja para recrear las reacciones necesarias para su formación que pudieron darse en los inicios de la vida, y en este proceso, juegan un papel las reacciones “autocatalíticas”.
El papel de la autocatálisis
Las reacciones autocatalíticas resultan interesantes debido a que generan productos que estimulan la reacción a suceder de nuevo. Un reciente estudio ha conseguido integrar la autocatálisis en un camino químico conocido que resulta en la producción de los bloques de ribonucleótidos.
La reacción formosa y la autocatálisis
La reacción formosa, descubierta en 1861, es un ejemplo de reacción autocatalítica. Comienza con un compuesto simple, el glicolaldehído, y termina con dos moléculas de este. Se ha intentado agregar cianamida a la reacción formosa, lo que facilitaría la producción de ribonucleótidos.
Los ribonucleótidos y la reacción formosa
El camino químico para crear ribonucleótidos, conocido como la ruta de Powner-Sutherland, comparte ingredientes con la reacción formosa. Con la adición de cianamida, algunas de las moléculas obtenidas en la reacción se “desvían” para producir ribonucleótidos. Si bien la cantidad producida no es grande, los ribonucleótidos resultantes son más estables y menos propensos a degradarse.
Aplicaciones industriales de la autocatálisis
La autocatálisis no solo es relevante en el ámbito de la investigación química. Al agregar cianamida a la reacción formosa, se produce un compuesto llamado 2-aminooxazol, de uso común en la industria farmacéutica. El uso de la reacción formosa para sintetizar 2-aminooxazol supone una ventaja económica, ya que solo se necesita una pequeña cantidad de glicolaldehído para iniciar la reacción.