Nuestros compañeros de MuyComputer nos relatan una historia de forma parte de la la Historia (así, con mayúsculas) de la Informática (también con mayúsculas). Se trata del momento en que Apple decidió dejar de lado los procesadores PowerPC y optó por Intel. A «toro pasado», creo que se puede decir que fue todo un acierto, pero en el momento de tomar la decisión no estaba tan claro.
El 6 de junio de 2005, justo una hora antes del comienzo de la WWDC, en el cuartel general de IBM se recibió una llamada que adelantaba lo que Steve Jobs anunciaría en unos minutos: Apple abandonaba la plataforma PowerPC y adoptaba los últimos procesadores de Intel.
El paso a Intel no se puede considerar como una decisión estratégica por parte de Apple. En la hoja de ruta había otras prioridades y, al menos hasta la llegada de los G5, la plataforma PowerPC parecía ofrecer potencia más que suficiente para las necesidades de la compañía en aquel momento.
Al mismo tiempo que Apple utilizaba el mito del mergaherzio para defender su apuesta por PowerPC, un equipo secreto de ingenieros de la compañía desarrollaba versiones de OS X compatibles con la plataforma Intel, como desvelaría Jobs el día de la famosa keynote. La razón oficial para abandonar IBM PowerPC fue su bajo rendimiento por vatio respecto a los productos de la competencia, fundamental para un nicho de mercado que sería clave para el futuro de Apple: los portátiles.
Remontémonos ahora hasta el verano del año 2000, en algún lugar de la costa Este norteamericana. Apple encargó a John Kullman, un ingeniero que tras 13 años en la compañía había abandonado Cupertino para estar más cerca de su familia, una ambiciosa misión: conseguir que OS X pudiera ejecutarse en máquinas con procesadores Intel. El nombre en clave sería Proyecto Marklar y solo seis personas sabrían de su existencia durante el siguiente año y medio.
En las navidades de 2001, Joe Sokol, jefe del proyecto, llamó a Kullman para pedirle los primeros resultados tangibles con vistas a justificar la inversión. John Kullman tenía tres equipos clónicos ejecutando Mac OS X, explicó a su jefe que tenía otros tres en casa funcionando y que se los proporcionaba un amigo que vendía equipos a medida. Dado que el proyecto debía mantenerse en secreto, no podía pedir suministros a Apple, así que se limitó a pedir equipos con hardware muy similar al que vendían en Cupertino.
Cuando Joe Sokol vió en la pantalla de uno de aquellos PC la famosa manzana seguida del clasico «Bienvenido a Macintosh» hizo una pausa y dijo «ahora vuelvo». Unos minutos después regresó acompañado de Bertrand Serlet, vicepresidente de ingeniería de software y pieza clave en el desarrollo de OS X desde Tiger, para que comprobará los avances del equipo con sus propios ojos y diera el siguiente paso.
Serlet se limitó a observar la misma secuencia de arranque y comentó: «¿cuánto tiempo podrías tardar en hacer esto con un Sony VAIO?» John Kullman respondió un escueto «no mucho». Un tanto desconcertado, Serlet insistió: «¿cuánto es eso?¿dos o tres semanas» obteniendo de nuevo una respuesta sorprendente de Kullman «No. Dos o tres horas como mucho».
Menos de diez minutos más tarde, los tres se encaminaron hacia una franquicia de la cadena Frys para comprar el mejor VAIO de la tienda. Sobre las 7:30 de esa tarde, el flamante portátil de Sony estaba ejecutando OS X sin ningún problema y, la mañana siguiente, el mismísimo Steve Jobs tomaba un avión a Japón para reunirse con el presidente de Sony.
Es probable que tardemos bastante tiempo en saber qué dijo Jobs en aquella reunión y cuál fue la reacción de Sony al ver a su mejor equipo ejecutando el sistema operativo de Apple. Jamás tendremos la certeza de qué hubiera pasado si Steve hubiera convencido a Sony de fabricar los portátiles con OS X o cómo habría reaccionado Microsoft. Lo que sí sabemos es que en enero de 2002, dos nuevos ingenieros comenzaron a trabajar en el Proyecto Marklar que iniciaron Kullman y Scheinberg, a los que se sumarían diez más y una buena cantidad de fondos en el mes de agosto.
La decisión no tenía vuelta atrás y mientras a Jobs no le temblaba el pulso prometiendo un PowerBook G5 que jamás llegaría a presentarse, los chicos del Este afinaban el funcionamiento de OS X en ordenadores Intel. Aunque cuando comenzó 2005 el cambio de plataforma era casi un secreto a voces, Jobs se negó a dar explicaciones a sus socios de IBM hasta una hora antes de hacer público el abandono de PowerPC.
La historia ha visto la luz de la mano de la mujer de su protagonista, Kim Scheinberg, que asegura que Bertrand Serlet tuvo una charla con su marido para dejarle claro que nadie debería saber jamás nada de esto. De repente, el modesto despacho que el matrimonio tenía en casa se preparó para cumplir las estrictas medidas de seguridad de Apple y se aseguraron de que no hubiera posibilidad de filtraciones, al menos hasta el anuncio oficial de la trancisión a Intel.
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